
Por “La voz de Irie”, 27/7/09
Siempre que el Estado se corrió de sus funciones, el mercado, con sus formas individualistas de razonar, fue el que avanzó.
El mercado, ese lugar imaginario que teóricamente vendría a ordenar la economía de un país. Como si se tratase de un sistema de regulación perfecto. Como si fuese una máquina que, a través de las famosas leyes de oferta y demanda, armonizara perfectamente los intereses de todos. Tal lugar no existe. Tal sistema, tampoco. En la realidad lo que sucede es que la única ley que termina primando en el mercado es la ley del más fuerte sobre el más débil. Tal vez por eso al sistema capitalista en su versión más cruda se lo suele denominar “Capitalismo Salvaje”. Un Estado pasivo es cómplice de los atropellos de los intereses de los más fuertes sobre los intereses de los más débiles.
El Estado debe velar por los intereses de todos. Pero principalmente por los de los más débiles: aquellos que están en situación de desventaja social por falta de empleo, por falta de educación, por falta de posibilidades concretas para vivir con dignidad. No porque no quieran, ¿quién podría no querer vivir dignamente?, sino porque el mismo sistema de mercado no reparte las oportunidades a todos por igual.
Una economía regulada por el mercado en realidad significa una economía regulada por las empresas más poderosas, en base a sus intereses y decisiones, en donde los valores que priman son los de la máxima rentabilidad posible y en donde no se tiene una visión de conjunto. En cambio, la posibilidad que brinda un Estado fuerte y activo en la planificación de la economía es que los valores que primen no sean los del lucro y la mayor rentabilidad posible sino los valores del bienestar social, la solidaridad y la justicia. Porque el Estado debe tener una visión de conjunto y no sólo de partes.
Pero claro, esto también depende de quién conduzca la herramienta estatal. En sí el Estado es reflejo de las relaciones de poder al interior de una Sociedad. Esto se traduce en qué pesa más a la hora de las desiciones y políticas estatales, si los intereses acumulativos de grupos minoritarios o los intereses sociales de las mayorías. Esta relación de poder ha ido variando a lo largo de la historia Argentina y se ha constatado que lo que en última instancia siempre determina la cosa es el grado de organización, solidaridad y conciencia que pueda desarrollar un pueblo, es decir, los intereses de las mayorías. Es cuando los hasta entonces llamados “más débiles” se dan cuenta de que en realidad no lo son, sino todo lo contrario, y de que pueden y tienen derecho a vivir plenamente.
En los últimos tiempos este debate se ha reavivado con fuerza con, por ejemplo, el tema de las retenciones a las exportaciones de granos. Lo que confrontó en dicha ocasión son los intereses de un sector, representados por la Mesa de Enlace, con los intereses Nacionales, o sea, los del conjunto de la población. ¿Porqué? Porque la extraordinaria rentabilidad económica por la que pasaban (y pasan) los principales cultivos agropecuarios debía ser, en parte, reinvertida en otras materias fundamentales como obra social o fomento a la industria. Esta es la visión de conjunto. Esto potencia a la economía en su totalidad. Pero sucede que del otro lado están los intereses de un sector que más piensa en la acumulación y en la parte (su parte) que en el conjunto.
El debate por el rol del Estado también se actualiza con el tema de los fondos de los jubilados. ¿Deben estar en manos especulativas o deben aportar a la lenta reconstrucción de la economía nacional a través de su aporte en la inversión?
Estos movimientos dieron en el alma de una discusión fundante que los medios de comunicación se esfuerzan por ocultar. Toda crítica necesaria a estas políticas debería estar precedida por este reconocimiento. Pasar por alto la importancia del debate del papel que debe cumplir el Estado en una sociedad es pasar por alto la herramienta principal que tuvo la última dictadura cívico-militar argentina para desaparecer a 30.000 personas y para instaurar el modelo económico neoliberal. Desentenderse de esta discusión es desentenderse de la causa principal del desastre económico y social de la década del 90: el desguace del Estado y su complicidad con el poder económico.
Sobre la mesa está el debate (lamentablemente no sobre la agenda pública que determinan los grandes medios). De la Sociedad en su conjunto depende que sea retomado y profundizado. Sólo con ella el debate tiene sentido.